Ser mujer y Vivir el miedo. Sientes, a la vuelta de una esquina la punzada en el estomago, a la mitad de una avenida un escalofrío que nace en el cuello y recorre tu piel mordiéndola a su paso.
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Vivir el miedo es decir, escuchas voces en la penumbra, cuando los murmullos del viento se convierten en voces que parece que te llaman, que te gritan, que te esperan; es tratar de identificar, prever, esquivar la sombra del asesino en la penumbra creada por una nube bajo la luna, por un árbol mecido por el viento, por un desconocido cualquiera que pasa sin imaginarte.
Vivir el miedo es decir, escuchas voces en la penumbra, cuando los murmullos del viento se convierten en voces que parece que te llaman, que te gritan, que te esperan; es tratar de identificar, prever, esquivar la sombra del asesino en la penumbra creada por una nube bajo la luna, por un árbol mecido por el viento, por un desconocido cualquiera que pasa sin imaginarte.
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Ser mujer –vivir el miedo- y sales de casa, cada mañana, cada tarde, cada noche haciendo un esfuerzo por olvidar que vives en Juárez, por no llevar la cuenta de las desaparecidas, de las descubiertas, de las enterradas; haciendo lo posible para no pensar, para no calcular, para no sopesar las inescrutables posibilidades de tu regreso. Pero no puedes olvidar, negar, silenciar, entonces –inevitablemente, irremediablemente— día tras día, tarde a tarde, noche a noche andas la ciudad contando tus pasos, rasgando el espacio inmediato, arañando el tiempo para llegar a la escuela, a la oficina, a la maquila, al mercado, a la tienda, a la iglesia, al cine. Apresurar el paso, y entonces, llegar, llegar, llegar (pero no sabes, por igual es ahí, ahí, ahí ).
Ser mujer –vivir el miedo- y sales de casa, cada mañana, cada tarde, cada noche haciendo un esfuerzo por olvidar que vives en Juárez, por no llevar la cuenta de las desaparecidas, de las descubiertas, de las enterradas; haciendo lo posible para no pensar, para no calcular, para no sopesar las inescrutables posibilidades de tu regreso. Pero no puedes olvidar, negar, silenciar, entonces –inevitablemente, irremediablemente— día tras día, tarde a tarde, noche a noche andas la ciudad contando tus pasos, rasgando el espacio inmediato, arañando el tiempo para llegar a la escuela, a la oficina, a la maquila, al mercado, a la tienda, a la iglesia, al cine. Apresurar el paso, y entonces, llegar, llegar, llegar (pero no sabes, por igual es ahí, ahí, ahí ).
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Ser mujer, vivir el miedo y buscar en el rostro de tu novio, del que se dice tu amigo, de tu compañero de trabajo, de tu jefe de turno, del despachador, del vecino, del policía, del vendedor de periódicos; en su mirada, en sus palabras, en sus manos; signos, rastros, señales, pistas. Vivir el miedo de no saber quien, de pensar que cualquiera, pero …si cualquiera, entonces… cualquiera.
Ser mujer, vivir el miedo y buscar en el rostro de tu novio, del que se dice tu amigo, de tu compañero de trabajo, de tu jefe de turno, del despachador, del vecino, del policía, del vendedor de periódicos; en su mirada, en sus palabras, en sus manos; signos, rastros, señales, pistas. Vivir el miedo de no saber quien, de pensar que cualquiera, pero …si cualquiera, entonces… cualquiera.
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Son tantos, ¿pero quiénes, son tantos, pero dónde, son tantos, pero a qué horas?
Son tantos, ¿pero quiénes, son tantos, pero dónde, son tantos, pero a qué horas?
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Ser mujer, vivir el Juárez (o en Toluca, o en Saltillo) y cerrar el puño con ganas de golpear hasta agotar la ira, tu ira, a esa masa con y sin rostro donde se confunden asesinos y cómplices, defensores y perseguidores.
Ser mujer, vivir el Juárez (o en Toluca, o en Saltillo) y cerrar el puño con ganas de golpear hasta agotar la ira, tu ira, a esa masa con y sin rostro donde se confunden asesinos y cómplices, defensores y perseguidores.
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Ser mujer y saber que tu vida vale una cerveza, una masturbada, tres golpes, unas cuantas mentadas de madre.
Ser mujer y saber que tu vida vale una cerveza, una masturbada, tres golpes, unas cuantas mentadas de madre.
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Ser mujer y vivir en Juárez (o en Guadalajara, o en Oaxaca) y pensar en irse a otra parte, por que quizá en otra ciudad, quizá lejos, donde nadie sepa quien es, donde va a la escuela o donde trabaja o a que iglesia va , o en que mercado compra su despensa.
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Ser mujer y vivir donde sea y escuchar día con día las palabras que no detienen ni el llanto ni la muerte.
Ser mujer y vivir en Juárez (o en Guadalajara, o en Oaxaca) y pensar en irse a otra parte, por que quizá en otra ciudad, quizá lejos, donde nadie sepa quien es, donde va a la escuela o donde trabaja o a que iglesia va , o en que mercado compra su despensa.
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Ser mujer y vivir donde sea y escuchar día con día las palabras que no detienen ni el llanto ni la muerte.
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Ser mujer, vivir y esperar con terror la llegada de la noche.
Ser mujer, vivir y esperar con terror la llegada de la noche.
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Ser mujer y saber que el día inicia, con su inevitable noche al final de la jornada.
Ser mujer y saber que el día inicia, con su inevitable noche al final de la jornada.
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adolfomoralesmoncada
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